La pandemia ha afectado y sigue afectando cada día la vitalidad y el desarrollo del teatro latinoamericano y caribeño y arriesga la supervivencia de valiosas agrupaciones. Funciones y festivales han debido cancelarse y los ensayos se han suspendido. Mientras grupos y artistas generan iniciativas virtuales para sostener la actividad creadora y la comunicación con el público y con sus colegas de todas partes, con eventos, maratones, monólogos, paneles y talleres en línea, como impulso vital para impedir que el teatro muera, muchos gobiernos neoliberales, carentes de políticas culturales humanistas e indiferentes a la necesidad de preservación y afirmación de la identidad de sus pueblos, dan la espalda a la cultura y a sus artistas.
El movimiento de teatro independiente ha sido por décadas baluarte fundamental de la cultura de nuestra América. Su quehacer, comprometido con el pueblo y sus luchas, reivindica la historia a la luz del presente y, con el punto de vista de los desposeídos, la recrea a través de lenguajes en consonancia con sus contenidos revolucionarios. Los grupos que integran este movimiento ya estaban en crisis cuando los alcanzó la pandemia, pues no cuentan con subvenciones ni apoyos estatales regulares, ni seguridad social ni médica.